La obra nos sumerge en una poética visual de la violencia, donde la “limpieza” emerge como acto simbólico de control y supuesta armonía entre el bien y el mal. En territorios donde la ley oficial se desvanece, surgen fuerzas anónimas que imponen su propia justicia, anunciando el destino de sus víctimas a través de panfletos esparcidos como sombras en las esquinas.
Estos mensajes no solo advierten, sino que dictan una nueva forma de orden: aquel que infunde terror con su nombre, aquel que no se pliega a las reglas impuestas, es sentenciado al olvido. Mendoza interviene los rostros de estos personajes, borrándolos parcialmente, como quien borra una presencia del imaginario colectivo. Es un gesto cargado de memoria y denuncia, que dialoga con el panfleto que acompaña la obra y declara sin titubeos: “Vamos a borrar a todos los que hagan el mal”.